miércoles, 2 de marzo de 2011

La isla

Sabía que me iba a embarcar en un viaje. No iba a París, a Roma o a New York, me iba a una isla. Me preparé para ello y abandoné todas mis cosas, mi persona, mi miedo, mi incertidumbre, mis errores, mi pasado.
Han pasado muchos años desde entonces, no podría decir cuántos porque entre las olas de espuma se encierran mis pensamientos, y se apoderan de mi cabeza, de mis recuerdos. Estoy en una isla, en mi isla. Éste es mi hogar, el que yo he creado, reflejo de mis deseos más profundos, de los que en ocasiones ni siquiera era consciente. Mi isla es una mezcla de mundos imaginarios, me gusta sentarme delante de todos ellos y observarlos, ver cómo danzan, cómo juegan, cómo saltan y se deslizan...
Pero no estoy sola en esta isla, aunque sea mía. Aquí también hay una vieja cantante de ópera que se pasa los días componiendo melodías que narran historias en el aire: cuando habla de batallas, el viento se enfurece y se vuelve indómito, cuando entona cantares de fiesta, la hierba la acompaña y hace cosquillas en los pies, y cuando susurra el pálpito de los primeros amores, el silencio la arropa y la brisa la envuelve en un cálido abrazo. 
Hay también un astronauta ruso que todas las noches visita una estrella para poder recordarla durante el día y sonreír. La noche le cuenta historias de seres legendarios ocultos en sus constelaciones, entonces, la luz de la luna se refleja sobre el mar, y parece que lo arrulla.
Pero tengo miedo porque sé que algún día, puede que dentro de mucho, y yo no llegue a verlo, o puede que mañana, en algún lugar de mi isla, en alguna duna dorada aparecerá una botella. Una botella con un mensaje. Un mensaje que diga "despierta".

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