Ese olor, de piedra mojada, inconfundible en Santiago. Las manos heladas por el frío. La garganta irritada. Los pies mojados.
Saltar los charcos.
Volver al calor de casa y descubrir nuevos mundos debajo de la manta.
Pero hay algo que no me gusta de las noches de lluvia.
Dormirlas sola.

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