viernes, 15 de abril de 2011

Rosa. Violeta. Azul. Gris. Negro

Cuando llegué ya todo estaba perdido, y no me dí cuenta.
Entré por la puerta de atrás, me apetecía tranquilidad. Me crucé con dos o tres soldados que marchaban en dirección opuesta, no les hice el menor caso, son unos cerdos.
Fui a la biblioteca, pensé que papá habría comprado alguna nueva colección o nuevas novelas que leer, pero no. Incluso pensé que estaba más vacía, y triste. Como si se hubiera resignado a resistir el polvo, la intemperie y el fuego.
Era exactamente eso, el silencio. Había sido demasiado fácil pasar desapercibida. No había recados, ni peticiones. Nadie acudió a peinarme los cabellos.
Seguí bajando por esas maravillosas escaleras de caracol. Y desapareció el silencio.
Ante mí reinaba el caos, el griterío, el bullicio. El infierno mismo. ¿cómo no lo vi venir? Ahora todos estaban siendo víctimas de mi ineptitud. Preocupada simplemente por recibir cada día mi baño de rosas. Despreocupé la política. En mi cama de plumas traída de arabia no se me ocurrió pensar en todos aquellos buitres que deseaban mis tierras. Carroñeros. ¡Cómo se atreven! Soy su princesa y me deben lealtad.... aunque tal vez ya no lo sea y tenga que abrir los ojos al mundo real. Tendré que trabajar y buscarme la vida. Caminar descalza entre el barro. No, ni pensarlo. Seguro que había una solución.
Corrí hacia la torre norte en busca del capitán de mi ejército. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que todo estaba perdido. Cuando alguien gritó "quítese el vestido princesa, no le será cómodo para correr".

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