Mi frase favorita de la obra. Así quedaba ella en el final, despojada de todo, un cuerpo sin vida que se apagaba, sin desastre ni masacre, se dormía.
Así se fue quedando mi creación. Investigué mucho, leí, me dejé crecer una larga melena de reina que mis vasallos pudiesen peinar, me desnudé ante mis pensamientos y hurgué en las sensaciones más profundas. Experimenté con la lágrima, con la risa, con la sensualidad y con el llanto callado, construí poco a poco una compañera de viaje, y me convertí en ella.
Sentí cada latido de su corazón al ver a su enamorado, grité por culpa de su miedo y lloré hablando de su rabia. Morí por lo que ella era.
Y ahora me la quitan. Como una rosa a la que le vas quitando poco a poco los pétalos, y te quedas con el tallo desnudo.
Pero siempre será mía, aún despojada de la fama y el aplauso, de la vida y la muerte trágica, del amor y de mi enamorado, aún así, siempre será mía.
jueves, 18 de octubre de 2012
miércoles, 6 de junio de 2012
SinSentidos
Tengo esto muy abandonado. ¿Por qué? No lo sé. ¿Por qué vuelvo hoy y ahora? Porque llueve.
No puedo dormir ya que tengo una ventana en el techo y esto es Santiago de Compostela.
Lo siento. No debo pasar tanto tiempo sin escribir. Hace que me olvide de una parte de mi misma, como ese amigo al que vas dejando hasta que te das cuenta de que no lo has vuelto a llamar. Tengo que escribir más a menudo.
Pero es que estoy harta. He llegado a mi máximo de saturación. Llegó un momento en el que los temas sobre los que hablar, sobre los que indignarme cibernéticamente, me sobrepasaron. Uno detrás de otro, la lista era cada día más larga.
Y lo fui dejando para ocuparme de la cotidianidad de mi vida, para ser una más. Dejé la actualidad, el mundo, la economía, la sinrazón y el sinsaber para entregarme en los brazos de Mercedes Milá.
Sigo sin saber por qué escribo esto. Lo voy leyendo y veo que no tiene sentido. Creo que elegí un buen título.
Parece que el sueño me llama, ése mismo que me acompaña desde que empecé los exámenes. Igual es eso, que quiero hacer cualquier cosa menos estudiar.
Sea por lo que fuere, el hecho es que vuelvo. No sé si alguien me lee, si lo hace se lo debo a esa persona que dedica su tiempo a seguir mis desvaríos. Y si no hay nadie... bueno, me lo debo a mi misma, a mi yo de 14 años que vivía para escribir.
miércoles, 29 de febrero de 2012
El día que estuve enfermo
Hace unos días nos mandaron un trabajo en clase sobre "el día en que estuve enfermo", menuda chorrada. Decir que no se nos ocurre nada, ni collage, ni cortometrage, ni banda sonora, nada.
Hoy estuve enferma, y ayer, y se puede decir que anteayer también. Comenzó con un malestar en la garganta, después vinieron esos goteos pegajosos por la nariz, para terminar con un dolor de cabeza insoportable.
He de admitir que tengo la manía de seguir con mi vida cuando esto ocurre, no sé si porque no soporto estar en cama, o por un deseo profundo de no reconocer que tengo que hacer un stop en mi desenfreno. Pero estoy a medio gas, dormida en clase, y drogada. Con mil martillos de fiesta en mi cabeza, congestionada, frío, calor, escalofrío. ¿A quién pretendo engañar? Me voy a la cama, con mi delfín de peluche (Se llama Flipper, encantado de conocerles) y un chocolate calentito.
Y de repente razoné el porqué de ese maldito trabajo. Quizás, en la cabecita de esos mis profesores quisieron hacernos entender que los médicos también se ponen enfermos, y también necesitan tratamiento y cama.
Hoy me di cuenta, de lo vulnerable que es el ser humano. De lo vulnerable que soy.
Hoy estuve enferma, y ayer, y se puede decir que anteayer también. Comenzó con un malestar en la garganta, después vinieron esos goteos pegajosos por la nariz, para terminar con un dolor de cabeza insoportable.
He de admitir que tengo la manía de seguir con mi vida cuando esto ocurre, no sé si porque no soporto estar en cama, o por un deseo profundo de no reconocer que tengo que hacer un stop en mi desenfreno. Pero estoy a medio gas, dormida en clase, y drogada. Con mil martillos de fiesta en mi cabeza, congestionada, frío, calor, escalofrío. ¿A quién pretendo engañar? Me voy a la cama, con mi delfín de peluche (Se llama Flipper, encantado de conocerles) y un chocolate calentito.
Y de repente razoné el porqué de ese maldito trabajo. Quizás, en la cabecita de esos mis profesores quisieron hacernos entender que los médicos también se ponen enfermos, y también necesitan tratamiento y cama.
Hoy me di cuenta, de lo vulnerable que es el ser humano. De lo vulnerable que soy.
jueves, 9 de febrero de 2012
En mi país
... somos felices.
En mi país no hay ni para ciencia, ni para educación, ni para sanidad. En mi país los presidentes tienen sueldos vitalicios, y los políticos se aumentan el sueldo a medida que bajan las ayudas al sector social. Casi no hay becas, ni pensiones dignas, ni financiación a la investigación, ni sueldos mínimos decentes. En mi país no hay dinero.
En mi país la gente presume de no leer un libro, los programas de máxima audiencia son aquellos en los que se habla de otras personas y se lucha por ver quien grita más. La prensa sólo se preocupa de agradar a unos o a los otros. Los telediarios dedican más de media hora a algo que llaman "clásico", y que ocupa nuestra racionalidad. Nos enorgullecemos cuando alguien mata a un toro, y cerramos los teatros. Nos reímos de nuestro propio cine. Esperamos a que "hagan la peli". En mi país no hay cultura.
En mi país quedan libres asesinos de niñas, confesos, malversadores de fondos y estafadores. En mi país los condenados no cumplen ni la mitad de la mitad de su condena. En mi país condenamos a los que luchan por la libertad, por la justicia histórica y por el conocimiento. Encerramos a los que quieren hacer de mi país un lugar mejor. En mi país no hay justicia.
En mi país ganamos mundiales, y nos enfadamos con los gavachos.
En mi país hay gente triste, entre la que me incluyo, orgullosa de haber nacido aquí, y de nuestros orígenes, pero marchita por lo que ve alrededor. Queremos cambiarlo, y ya no sabemos cómo, ni por dónde empezar. En mi país estamos indignados.
En mi país, por mucho que me duela, huele a fritanga. Huele a fritanga, y a trajes regalados.
En mi país no hay ni para ciencia, ni para educación, ni para sanidad. En mi país los presidentes tienen sueldos vitalicios, y los políticos se aumentan el sueldo a medida que bajan las ayudas al sector social. Casi no hay becas, ni pensiones dignas, ni financiación a la investigación, ni sueldos mínimos decentes. En mi país no hay dinero.
En mi país la gente presume de no leer un libro, los programas de máxima audiencia son aquellos en los que se habla de otras personas y se lucha por ver quien grita más. La prensa sólo se preocupa de agradar a unos o a los otros. Los telediarios dedican más de media hora a algo que llaman "clásico", y que ocupa nuestra racionalidad. Nos enorgullecemos cuando alguien mata a un toro, y cerramos los teatros. Nos reímos de nuestro propio cine. Esperamos a que "hagan la peli". En mi país no hay cultura.
En mi país quedan libres asesinos de niñas, confesos, malversadores de fondos y estafadores. En mi país los condenados no cumplen ni la mitad de la mitad de su condena. En mi país condenamos a los que luchan por la libertad, por la justicia histórica y por el conocimiento. Encerramos a los que quieren hacer de mi país un lugar mejor. En mi país no hay justicia.
En mi país ganamos mundiales, y nos enfadamos con los gavachos.
En mi país hay gente triste, entre la que me incluyo, orgullosa de haber nacido aquí, y de nuestros orígenes, pero marchita por lo que ve alrededor. Queremos cambiarlo, y ya no sabemos cómo, ni por dónde empezar. En mi país estamos indignados.
En mi país, por mucho que me duela, huele a fritanga. Huele a fritanga, y a trajes regalados.
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